martes, 23 de septiembre de 2025

RENÉ DESCARTES

 RENÉ DESCARTES

Descartes era, qué duda cabe, una persona brillante y con una inteligencia especial, pero a él le parecía que para pensar correctamente no hace falta ser un genio. Cualquier persona normal puede discurrir sensatamente aplicando algunas normas de sentido común, del mismo modo que cualquier persona excepcionalmente inteligente puede cometer errores garrafales. Al final, todo depende de si aplicamos o no ciertas reglas a nuestro racionamiento.  La gran intuición de Descartes es que no hay que ser una persona excepcional para pensar bien; cualquier persona normal puede hacerlo si sabe cómo.

Esta idea cartesiana, la idea de que pensar bien consiste en aplicar ciertas reglas, es la base de la ciencia occidental como disciplina racionalista, y es la que subyace a la idea actual de enseñar a pensar a una máquina.

Pero no adelantemos acontecimientos. Decíamos que cualquiera puede pensar correctamente si sabe cómo. La cuestión, claro, es ese saber cómo. ¿Cuál es el método para pensar con propiedad? Descartes se inspiró en la matemática, el único saber de su tiempo que le parecía serio y avanzado. Le pareció que la claridad y el orden de la matemática, donde a partir de verdades evidentes y sencillas se va avanzando en el conocimiento , era aquello en lo que debía basarse la nueva forma de pensar. A partir de él, pensar racionalmente es pensar al modo de las matemáticas.

Descartes tomó como propia de su manera de pensar una de las reglas fundamentales del pensamiento matemático; la de no aceptar como verdadero nada de lo que quepa la más mínima duda. La matemática no avanza a partir de opiniones discutibles, sino de verdades evidentes (que se llaman axiomas). Descartes pensó que su nueva filosofía debía también de partir de verdades evidentes como las de la matemática. El problema, claro está, es determinar que es en realidad lo evidente, porque para algunas personas lo evidente es lo que para otras personas es dudoso. Así que Descartes se propuso ser radical.  La duda se aplicaría a todo.

Descartes encontró cuatro argumentos para dudar de todo. El primero es que los sentidos nos engañan a veces, y eso les convierte en algo que no es de absoluta confianza. El segundo es que nos equivocamos a veces al razonar, y por eso hay que desconfiar también de nuestros argumentos y demostraciones. El tercero es que confundimos los sueños con la vigilia, y a veces creemos con la mayor convicción cosas falsas en los sueños. El cuarto, que no aparece en el texto, es la posibilidad de que un “genio maligno” posea mi mente, de modo que aquello que me parece cierto no sea real.

¿Es real la realidad (o eso que llamamos realidad)? ¿Cómo podemos estar seguros de que lo percibido no es fruto de un complejo montaje que nos hace creer que es tal y como lo vemos? En esta escena, la hipótesis cartesiana del genio engañador se presenta con claridad:

Hay que entender que estos argumentos no son reales. Descartes no cree que estemos durmiendo, ni que estemos locos, ni que los sentidos nos engañen continuamente. Pero la mera posibilidad de que sea así introduce la duda, y un verdadero conocimiento debe ser algo indudable, algo mas allá de toda duda, por mas descabellada que sea (y las que él propone son sin duda muy descabelladas) Esto significa que la duda cartesiana es una “duda metódica”, no una ”duda real”. La duda metódica pone a prueba la verdad de la misma forma que podríamos poner a prueba un edificio tirándole una bomba nuclear. Es como si Descartes dijese: por mas exagerada que sea la duda, mi verdad resiste todo.

¿Y cuál es esta verdad? Descartes parece inspirarse en S. Agustín para encontrar su primera verdad incontrovertible; ”Pienso, luego existo” Lo que es absolutamente indudable es la existencia del sujeto que piensa , esto es, que razona, siente, quiere o duda. Lo contrario, es decir, afirmar algo así como “no pienso” es un absoluto sinsentido.

Es curioso el significado de ese “Pienso, luego existo”. En cierto modo es una verdad tan evidente que parece trivial, pero si lo pensamos remite a ese momento de nuestra vida mental, probablemente en la primera infancia, en el que nos dimos cuenta de que pensábamos y existíamos, en el que nacimos a la conciencia y a la existencia. La vida de los seres humanos no es un mecanismo, sino un darte cuenta de que eres una conciencia pensante entre otras cosas, pensantes o no. Ese momento, que tal vez se dio delante de un espejo, tuvo que ser misterioso.

Tomado de: https://elbosquedelasdudas.wordpress.com/2018/08/01/descartes/

 

 

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