¿ES BATMAN ARISTOTÉLICO?
Pedro Gutiérrez Recacha
La ética de Aristóteles es, en esencia, una ética eudemonista, esto es, orientada hacia la felicidad (entendida ésta como plenitud, como excelencia o perfección de lo auténticamente humano). Los hombres buscaríamos dicha felicidad a través de múltiples acciones, pero sólo la podríamos encontrar en una vida virtuosa. Según nos expone el estagirita en su Ética a Nicómaco, la moral se edifica siguiendo un modelo de tres niveles (que, metafóricamente, podríamos visualizar como una casa de tres pisos).
Un Aristóteles hecho con IA
En el nivel inferior (los cimientos, podríamos expresarlo así), el compromiso moral comienza con un primer paso: el acto. Pero Aristóteles nos advierte: un acto bueno no nos convierte automáticamente en buenos, de la misma manera que una golondrina no hace verano. Sólo mediante la repetición de este tipo de acciones puntuales podremos acceder al segundo nivel ético: el hábito.
Un hábito no es sino un acto repetido que empieza a convertirse en costumbre. Cuando el hábito se interioriza hasta el punto de tornarse parte de nuestra personalidad, entonces hemos dado el salto al tercer nivel del contenido ético, digamos que al tejado del edificio moral aristotélico: el carácter. El hábito enraizado en nuestro carácter se convierte en virtud (si es positivo) o en vicio (si es negativo). Y ahí ya podemos empezar a hablar de hombres virtuosos o viciosos…
Entrenando duro...
Centrándonos ya en nuestro hombre murciélago, podríamos decir que el millonario Bruce Wayne, alter ego de Batman, es un hombre que moralmente se ha ido construyendo a sí mismo. La trágica muerte de sus padres cuando era un niño ha terminado embarcándole en una cruzada contra el mundo del crimen y ha hecho de él un justiciero… pero no de forma instantánea. Digámoslo así: Wayne no ha pasado de ser un ser humano normal y corriente (si es que se puede considerar como “normal y corriente” a un rico heredero, claro) a ser un héroe en un en un instante, mediante una suerte de conversión.
Siempre los padres de Bruce...
Cuando el joven Wayne se propone dedicar su vida a preservar la ley en Gotham, todavía no es un héroe. Cuando comienza a entrenar para poder desarrollar su capacidad de combate cuerpo a cuerpo contra los maleantes, cuando decide utilizar sus recursos económicos para dotarse de herramientas adecuadas para su lucha o cuando tiene sus primeras escaramuzas frente a criminales, podemos afirmar que ha llevado a cabo algunas acciones virtuosas o heroicas… ¡pero él mismo aún no es un héroe! Únicamente en el momento en que, mediante la repetición de acciones de tal guisa, éstas acaban por constituir una parte sustancial de su vida y de su carácter, podemos llamarle auténticamente “héroe”. Wayne no habría hecho sino “apropiarse” de la virtud del heroísmo.
Efectivamente, las virtudes no serían otra cosa que posibilidades apropiables, susceptibles de ser asimiladas dentro de nuestro carácter mediante la práctica y el hábito. Una vez adquiridas, las virtudes sedimentan sobre la personalidad dando lugar a lo que podríamos denominar una “segunda naturaleza”.
Así, podría decirse que Bruce Wayne ha heredado un determinado temperamento (bon vivant, millonario, seductor, amante del lujo, caprichoso…) sobre el que él mismo ha ido superponiendo, mediante un esfuerzo y una práctica constantes, un tipo de carácter muy distinto (justiciero, valeroso, luchador contra el crimen… desde luego, resulta revelador a este respecto que Batman carezca de superpoderes propiamente dichos, y que su fortaleza física y su agilidad mental respondan únicamente a años de disciplina y entrenamiento).
Puesto que Aristóteles formuló la conocida máxima del término medio (según la cual la virtud moral se situaría equidistante entre dos contravalores o extremos igualmente viciosos), probablemente estuviera de acuerdo en afirmar que, para ser prudente, nuestro personaje tendría que saber combinar la personalidad enmascarada de Batman con la identidad secreta de Wayne en la proporción adecuada, quizá adoptando la valentía del justiciero pero sin ser arrastrado por la temeridad, y quizá tomando una pizca de la capacidad de disfrutar la vida del magnate, pero sin caer en el hedonismo exacerbado.
"¡Ya déjame en paz!"
La virtud es la posibilidad de enlazar acto noble con acto noble hasta articular un carácter. Pero esta segunda naturaleza, laboriosamente erigida, también puede deteriorarse o incluso perderse. Para ello basta con caer en la indolencia: el desistimiento nos conduce a la pérdida de nuestros buenos hábitos y, por ende, a la debilitación de nuestra constitución moral. La última plasmación en celuloide de las aventuras del hombre murciélago, el film El caballero de la noche asciende (The Dark Knight Rises, Christropher Nolan, 2012) pone de manifiesto nuestras afirmaciones anteriores. La historia se abre ofreciéndonos la imagen de un Bruce Wayne (Christian Bale) estragado en lo físico, en lo psicológico y en lo moral. Nuestro protagonista ha decidido abdicar tanto de su misión como protector enmascarado de Gotham como de su responsabilidad como propietario de las empresas familiares, encerrándose en su mansión y aislándose del resto del mundo.

Bruce Wayne (Christian Bale) ya sin ganas de chambear
Batman ya no es un héroe. Ha perdido su virtud heroica por el desuso y a lo largo de la narración deberá ir reconstruyéndola con esfuerzo, acto a acto. Por cierto, desde la perspectiva aristotélica también podría resultar relevante otro personaje, Selina Kyle (Anne Hathaway), alias Catwoman, por cuanto implica otro proceso de construcción de un carácter virtuoso.
Inicialmente Selina Kyle no es más que una astuta ladrona, pero la irrupción del villano Bane (Tom Hardy) y la subsiguiente crisis desencadenada en Gotham le conducirán a un replanteamiento moral —quizá no esté de más recordar aquí el papel fundamental que la ética aristotélica concede a la deliberación interior como paso previo para determinar la mejor acción—. Dicho replanteamiento supondrá el abandono de sus viejos hábitos delictivos y la incorporación de conductas heroicas, que, paso a paso, se irán metabolizando hasta dar lugar, al cabo, una personalidad heroica.
Selina Kyle (Anna Hathaway)
Hay quienes han querido enfrentar a los personajes de Spider-Man y Batman afirmando que podrían personificar posturas éticas opuestas. Una discrepancia sería la que atañería al origen psicológico de las motivaciones morales de ambos personajes. La de Batman descansa en la dramática constatación de que en la sociedad existe el mal, así como de que dicho mal puede afectarnos (verbigracia, el asesinato de los padres de Bruce Wayne), por lo que deberíamos aprestarnos a combatirlo. La de Spider-Man, sin embargo, supone un mayor nivel de profundidad, pues involucra el concepto de culpa: supone no sólo la anterior verificación de que en la sociedad existe el mal, sino que a la misma añade el descubrimiento de que nosotros, con nuestra propia imprudencia, podemos causar dicho mal (Peter Parker, por omisión, provoca involuntariamente el asesinato de su tío Ben). De ahí que Batman pueda poner límites a su tarea heroica y llegar a un punto en que considere que, dicho en términos coloquiales, ya ha hecho lo suficiente y ha llegado la hora de retirarse a otros menesteres (recordemos que la ética aristotélica es eudemonista, y que, para el discípulo de Platón, el retiro del sabio constituye una de las formas más elevadas de felicidad).
De nuevo parece latir aquí la diferencia entre una ética aristotélica, de carácter material (que se centra en las conquistas morales que ya hemos alcanzado bajo la forma de virtudes), y una ética kantiana, de carácter formal (que se centra en el trecho que todavía nos falta por recorrer, pues el imperativo categórico, por cuanto supone un horizonte moral inalcanzable, nos propone una tarea ética infinita en la que embarcar toda nuestra existencia).
Tomado y adaptado de: https://www.cinemanet.info/2013/02/una-aproximacion-etica-a-los-superheroes-ii-es-batman-aristotelico/